lunes, 21 de enero de 2013

ADOLESCENCIA



ADOLESCENCIA

Bajé desnudo de males.
Una espesa bruma
se extendía hasta el infinito.
Allí,
rodeado por todas partes
de aquella harapienta soledad,
sintióme indefenso
delante de nada,
porque no había nada,
y de todo,
porque todo lo imaginé.

Lloré,
grité,
y maldije
hasta que mi voz
se ahogó en mustio gemido.
Mas,
el lejano eco redobló
como moribundo tambor
aquéllas palabras
que nunca tuvieron razón
ni siquiera de ser tales.

Entreabrí
inundados ojos de lágrimas,
e inclinando la cabeza
sobre mi mismo,
miré.
Mas nada vi.
Después,
temeroso alcé la vista
como si miles de seres inexistentes
rodeándome en ceñido cerco de miradas
 riesen.

Mas nada vi,
porque nada había.
Mas nada oí,
porque todo lo imaginé.

Una sensación de angustia
y frío mortal,
a pasos agigantados vino,
y llenó el “Ser”.
Y el “Ser”,
era Yo.
Y yo,
no me sentí digno siquiera de ser.

Sentí un fuerte tirón,
y al pronto
 noté que estaba de pie.
Es más,
estaba corriendo.
Intentaba escapar de alguien
o de algo.
Más
en medio de desenfrenada carrera,
con gesto autómata
volví la vista atrás
para enfrentarme a ello.
Y al no ve nada,
porque nada había,
busqué una explicación
a mi extraño proceder.

Por vez primera
me sentí “Ser “,
y pensé.
Pensé y deduje
que de quien corría
era de mi mismo.
Que a quien quise enfrentarme 
en singular combate
era a mi propio destino.

Con el pasar del tiempo
sentí que vivía.
Y pensé
que necesitaba una razón para seguir,
para no retornar
a aquélla espesa y agobiante bruma
que era mi pasado,
lleno sólo de gran vacío.

Continué mi errante caminar
hasta que me sentí sin fuerzas,
y al levantar la vista,
te vi.
Te vi...

© Juan Vivancos Antón

Publicado en la Revista “Desde la Ventana”. Nº7  (Julio de 1979)
Poema incluido en el libro “El Duende de las Letras” (2010) Pág. 29-31

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