sábado, 31 de diciembre de 2011

ROSARIOS DE SAN MARCOS Y DE LA ENCARNACIÓN

ROSARIOS DE SAN MARCOS Y DE LA ENCARNACIÓN es el título del artículo que me han publicado hoy, sábado día 31 de diciembre de 2011, en el diario La Opinión, en la sección de El Lugarico, dentro del espacio dedicado a Murcia, en la página 10.

ROSARIOS DE SAN MARCOS Y DE LA ENCARNACIÓN
Muchos son los fragmentos de nuestra ancestral cultura, basados en la tradición oral, que en unos pocos años han ido, primero cayendo en desuso, para seguidamente ir a parar al pozo aún más profundo del olvido.
Entre las cosas curiosas que se celebraba en Cabezo de Torres, como en otros muchos pueblos de la huerta murciana y, que se perdieron allá por los años cuarenta del pasado siglo XX, era todo lo referente a los rosarios de San Marcos y de la Encarnación.
El Rosario de San Marcos era una mezcla de oraciones oficiales, como es el rosario, junto a ritos supersticiosos, cuyo origen se pierde en la lejanía de los tiempos.
El Rosario de San Marcos tenía lugar el día 24 de abril, a las 12 de la noche, cuando se reunían un grupo de mujeres en la explanada frente a la iglesia parroquial. Casi todas eran de avanzada edad, aunque se les unían otras más jóvenes para acompañarlas. En la memoria del pueblo aún se conservan algunos nombres de las últimas en rezarlo: la tía “Cañamona”, la tía Dolores “Marquico” y la tía Pepa “La Maza”.
Aunque el punto de encuentro era la puerta de la iglesia parroquial, no entraban dentro. Sino que una vez formado el grupo se iniciaba el rosario mientras se ponían en camino para ir hasta un cruce de caminos, que era el lugar en donde tenía que terminar el Rosario. Las mujeres caminaban muy despacio, para dar tiempo a llegar al sitio preciso con el rezo de las ´´ultimas avemarías. Tras cada avemaría del rosario se rezaba el siguiente estribillo: “Las cuentas de este rosario / son balas de artillería, / que retumba en los infiernos / al decir Ave María”.
Generalmente el lugar para acabar el Rosario de San Marcos era el cruce de caminos, justo en donde ahora se encuentra la iglesia de los Salesianos. Cruce de la calle del Carmen, con la Avda. de las Atalayas y con el camino que sube al colegio Antonio Nebrija.
Una vez llegadas allí, y terminado el Rosario, cada una de las viajas tomaba una piedra. Se distribuían en los cuatro brazos de la cruz, que formaba el cruce de caminos, y mirando hacia el centro de la misma. Se ponían de rodillas. En un silencio absoluto, las mujeres se concentraban al máximo, y luego tiraban la piedra hacia atrás, por encima del hombro izquierdo, tan lejos como les era posible.
La razón de ser de este Rosario de San Maros, y de esta costumbre de tirar piedras, tiene su origen en la creencia popular de que así era más fácil la salvación. Primero porque se granjeaban, de este modo, la protección de San Marcos. Segundo porque tenían arraigada la profunda creencia de que cuanto más lejos era arrojada la piedra, en el momento de su muerte, a mayor distancia estaría el demonio de la cabecera de su cama.
Esta ceremonia gozaba de gran respeto por todos los vecinos del pueblo. Sólo hay que imaginar un grupo de viejas, vestidas de negro, a las 12 de la noche, en aquellas calles sin asfaltar y sin alumbrado público, rezando y realizando extraños ritos, era para tener más que respeto, hasta cierto temor.
El Rosario de la Encarnación se rezaba el día 25 de marzo. Para lo que se reunían en una casa cualquier. La diferencia entre un rosario ordinario y el rosario de la Encarnación, consistía en que en lugar del Padrenuestro, se recitaba la siguiente oración:
“Ánima mía, mantente en ti, / que el buen Jesús / murió por ti. / Y tú por él morirás. / En el camino de Josafat / el enemigo te encontrarás, / y le dirás: anda, vete, Satanás, / que no tienes parte de mí, / ni ninguno de los que “habemos” aquí, / que la noche de la Encarnación / cien avemarías recé / y otras tantas me santigüé”.
A continuación se rezaban las avemarías. Tanto los que rezaban la primera parte como los que contestaban la segunda parte del avemaría se santiguaban. De ahí viene eso de las “cien veces me santigüé”, que hace referencia a las cincuenta veces que lo hacían los que iniciaban las avemarías y a las otras cincuenta de los que contestaban.

Juan Vivancos Antón
CRONISTA OFICIAL DE CABEZO DE TORRES

2 comentarios:

Ivette Durán Calderón dijo...

Magnífico aporte. Acorde a tu estilo, forma y firma.
Un abrazo.

Juan Vivancos Antón dijo...

Muchas gracias Ivette por tus generosas palabras.
Un abrazo cordial