sábado, 5 de noviembre de 2011

LA FUGA O RAPTO DE LA NOVIA EN CABEZO DE TORRES


LA FUGA O RAPTO DE LA NOVIA EN CABEZO DE TORRES es el título del artículo que me han publicado hoy, sábado día 5 de noviembre de 2011, en el diario La Opinión,en la sección de El Lugarico, dentro del espacio dedicado a Murcia, en la página 16.

LA FUGA O RAPTO DE LA NOVIA EN CABEZO DE TORRES

Las fugas, o rapto de la novia, eran una costumbre muy arraigada en los pueblos de Murcia hasta pasada la mitad del siglo XX. Mariano Ruiz Funes en 1916 en Economía popular de la Provincia de Murcia dice que “en la huerta y campo del término de Murcia es muy común el rapto. De mis informaciones, en los pueblos de la provincia resulta probada su generosidad. Como antecedente hemos de decir que, dado el carácter de relación económica y de asistencia mutua que la población rural asigna al matrimonio, no supone para ellos un gran obstáculo la pérdida de la virginidad por la mujer, lo ordinario es que se case con el novio que fue la causa de ella, pero a veces, si tiene posición económica, aún desconceptuada por la opinión y abandonada por el novio, encuentra quien, sin titubeos, le dé su nombre y protección”.
En Cabezo de Torres esta costumbre tubo mucha raigambre y está documentado que a principios de siglo el número de fugados resultaba muy abultado, llegando algunos años a sobrepasar el 80% de los matrimonios. Más tarde, con motivo de una pastoral del obispo, en el año 1954, en la que se indicaban algunas actitudes a tomar en las parroquias, como el que se casaran en la sacristía, sin misa, con solo los testigos y padrinos; el que la novia no vistiera de blanco; que no se hiciera la fiesta de pedida o toma de dichos, etc., esta costumbre fue disminuyendo progresivamente.
La fuga era llamada por los padres del novio “sacar a la novia”. Por los padres de la novia “salirse, o fugarse, con el novio”.
Casi todos los jóvenes que se fugaban con la novia solían cumplir y se casaban con la muchacha. Resulta curioso que, a pesar de la desaprobación eclesiástica, los que se fugaban no quedaban desconceptuados ante la sociedad. La cosa no iba más allá de los comentarios a que el hecho daba lugar. Esto era debido, en gran parte, a la cantidad de matrimonios fugados, al ambiente de normalidad que esto tenía cuando era general y ordinario, y a que no se consideraba un hecho inmoral, pues la mayoría de los fugados eran hijos a su vez, de fugados.
El origen de esta costumbre tan arraigada tenía una raíz muy honda. Algunos estudiosos del tema hablaban de una antigua creencia por la que era necesario dedicar al diablo la primera unión carnal antes de estar unidos por el sacramento. En caso contrario toda la prole se vería amenazada o el matrimonio sería infecundo. Raptando a la novia y uniéndose a ella se granjearían la “benevolencia” del diablo.
Otros sitúan la raíz en el peso de los años de dominación árabe. Una cristiana no debía casarse con un árabe. El rapto, arreglado entre familias, podía zanjar la cuestión.
Sea cual sea el origen del rapto o de la fuga las razones más comunes en la primera mitad del siglo XX eran: Evitar gastos prenupciales. Oposición de los padres, que cedían ante el hecho consumado. Liberación de un ambiente familiar opresivo. Por parte de las chicas sus deseos de asegurar el matrimonio, siendo a veces forzados los chicos a fugarse a instancias de las novias, que venía así seguro su futuro de casada alejando el miedo a la soltería. Este miedo era compartido por las madres de las chicas siendo a veces cómplices en el asunto. Y cierta laxitud del sentido moral y religioso.
Hacia la segunda mitad del siglo el sentido moral y religioso fue ganando terreno haciendo disminuir considerablemente los matrimonios fugados.
A finales del siglo XX con los nuevos hábitos de convivencia entre los jóvenes y las mayores libertades cesa la necesidad de las fugas o raptos de la novia. En unos pocos años, termina esta ancestral costumbre, desapareciendo totalmente de nuestras vidas, como tantas otras tradiciones y costumbres que durante siglos fueron una práctica habitual en los pueblos de la huerta murciana.

Juan Vivancos Antón
CRONISTA OFICIAL DE CABEZO DE TORRES

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